Últimamente he pensado mucho en la vida. No me refiero a la vida desde el punto de vista biológico, sino a la vida como situación, circunstancias de existencia, realidad personal...
Desde que tengo memoria, siempre he tenido un plan, una especie de mapa, un sentido de dirección, si no definitivo, al menos bien definido. El camino en línea recta siempre ha sido el más corto y lógico para alcanzar la meta. Y así ha sido en líneas generales mi realidad personal: una visión considerablemente clara de hacia dónde quiero ir, una ruta establecida con antelación haciendo algunas paradas estratégicas y unas cuantas curvas menores, que si bien eran innecesarias para alcanzar el objetivo, definitivamente sirvieron para apreciar mejor el paisaje, disfrutar la jornada y hacerla más interesante, menos rutinaria y rígida. Básicamente un programa sin muchos sobresaltos que gana mucho en seguridad, que reduce al mínimo la incertidumbre y que indudablemente aporta una indiscutible contribución a un sueño tranquilo y reparador cada noche.
Debe ser por esos antecedentes que las decisiones tomadas en los últimos tiempos me hacen sentir de alguna manera mareada, perdiendo el equilibrio... Al principio pensé que estaba haciendo un cambio brusco de rumbo, un diametral cambio de dirección, como si hubiese hecho un giro inesperado de 180º a una velocidad por encima del límite permitido. Sin embargo, tras darle segundas consideraciones, me he dado cuenta que el rumbo sigue siendo el mismo, la dirección permanece inmutable: ser feliz. Cada paso va hacia ese mismo sentido, se persigue el mismo objetivo, que es vivir mi vida y sentirme satisfecha de lo que hago, rodeada de mis afectos (viejos y nuevos), haciendo cosas que me gustan (las de siempre y otras diferentes), acumulando experiencias que me hagan la persona que soy (una irrepetible amalgama de rasgos humanos). Definitivamente, no es un cambio de dirección, sino de manera de hacer la jornada, un cambio de paisaje, un cambio de compañeros en el viaje... o mejor dicho, una adición de compañía a la ya existente. Algo así como preparar los mismos platos añadiendo nuevas especias. El rumbo sigue siendo el mismo, aún cuando sienta que las cosas están cambiando, aún cuando sienta mariposas en el estómago, aún cuando haya situaciones inciertas y gire tan vertiginosamente que me parezca que no toco suelo. Pero esa incertidumbre que ya no permite dormir tan tranquilamente como antes, definitivamente me mantiene despierta para poder soñar. Estoy despierta, alerta y dispuesta. Dispuesta a descubrir lo que aún no sé, a aceptar que hay situaciones que no puedo controlar, a arriesgar para ganar. Estoy despierta y preparada para paladear el cómo será todo cuando finalmente llegue allá, cuando alcance la meta, cuando por fin llegue a mi destino.